El nuevo fútbol base y la brecha que se abre aún más con el Covid-19

Por suerte, poco a poco, todas nuestras vidas están volviendo a una cierta normalidad, distante todavía de la que vivíamos antes de esta pandemia que nos está asolando, pero bastante mejor que la que hemos dejado atrás. Esta «normalidad» vendrá acompañada, entre otras cosas, de la vuelta del fútbol profesional, algo que sin duda nos ayudará, sobre todo a los que somos aficionados, a entretenernos y a saborear un poco más esta vida que vamos recuperando, además también de poner en funcionamiento una industria que en España mueve una buena parte de la economía.

Pero no todo el fútbol es profesional, y hablando de otro fútbol, el fútbol base, la realidad es algo diferente. En nuestra provincia por ejemplo, mientras la mayoría de escuelas de barrio y clubes de pueblo han dado por finalizada definitivamente sus temporadas dejando toda actividad formativa hasta, como mínimo, finales de agosto, varias escuelas de renombre ya han convocado a alguno de sus equipos para empezar a trabajar de nuevo, en la medida en que la normativa lo permita. Esto se traduce en que, en el marco de las próximas ligas, mientras algunos de los equipos llevaran medio año o más sin trabajar ni física ni tácticamente, otros habrán mantenido un ritmo de trabajo formativo cercano a la normalidad. Quizá a raíz de esto se abra una brecha entre unos y otros, algo que se sumará a la brecha ya existente entre los grandes clubes, con selección de jugadores, pruebas para «fichar» desde categoría prebenjamín, estructuras profesionalizadas, cuatro, cinco ó más equipos por categoría además de un gran poderío económico, y que les convierten en imanes para muchas familias que entienden que si sus hijos juegan y aprenden en esas escuelas podrán tener una formación mejor que en el club de su barrio o de su pueblo, jugando con sus amigos de siempre.

Escuelas poderosas que deslumbran con el brillo de sus trofeos a padres que, buscando lo mejor para sus hijos, engrosan la cuenta de resultados de negocios convertidos en clubes que profesionalizan sus estructuras y que dejan a las pequeñas escuelas de dirigentes altruistas en la tarea de servicio social y de diversión infantil, y muy alejadas de pretensiones competitivas.

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Todo esto hace que muchas de estas pequeñas escuelas se encuentren en la disyuntiva de, o bien subir sus cuotas para tratar de aumentar sus ingresos y de esta forma poder aumentar sus prestaciones para hacer frente a las «grandes», con la posibilidad de que esto deje fuera a familias que no puedan permitirse ese gasto, o quedarse en ese área de servicio social buscando el equilibrio entre la cuota justa y el servicio óptimo posible para esos limitados ingresos, pero evidentemente sin poder plantearse retos competitivos mayores. Otra de las derivadas de esta situación es que propicia también la fusión de clubes en la búsqueda de ese músculo que permita hacer frente a este «nuevo» fútbol base al que nos dirigimos, más profesionalizado, más elitista, más comercial, y por supuesto también de más calidad global. Lo que no sabemos es si esto nos dirige también hacia una competición repleta de filiales y asociaciones al lado y de la mano de los gigantes que desprendan a este gran deporte de ese romanticismo que lo convirtió en el más popular del mundo precisamente por eso, por ser tan popular que todo el mundo podía practicarlo, sin distinción económica o social, si no simplemente por pasión hacia el.

Artículo de Sergio Farré Robador. Colaborador habitual de Castellón Base

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